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sábado, 9 de febrero de 2013

Reflexion 1

Una mariposa revolotea frente a mi rostro. Me recuerda aquella expresión. La de: tengo mariposas en el estómago. Y era cierto. Las tenía. Agitaban sus alas siempre que él estaba cerca. Y también cuando pensaba en él. Eran agradables. Como una brisa fresca en verano, de esas que te echan el pelo hacia atrás y te hacen pensar que la vida merece la pena. Y solo por un soplo de viento que no tiene nada que ver con el horrible y caluroso tiempo que hace realmente. Pero no sé de qué me quejo. El frío es mucho peor. Y es que cuando una está temblando todos sus pensamientos se bloquean.

La mariposa se posa en mi nariz. Tiene las alas amarillas con motas negras. Pese a que me parece hermosa la idea de tenerla sobre mi nariz me resulta asquerosa. Y pensar que fue un gusano… Y es que aún lo sigue siendo. Es un gusano con alas.
Sus tiernas antenitas se mueven varias veces. A lo mejor si fuera bióloga o algo por el estilo sabría si eso quiere decir algo. Como cuando los perros mueven la cola. Significa que quieren jugar. Y cuando te lamen. Es como si te dieran besitos. Con solo pensarlo se me encoge el corazón. Es adorable.

Entonces es cuando reacciono. Soy un poco lenta de reacción. Me pierdo en mis pensamientos y se me olvida actuar. Muevo mi cabeza de forma que se me ve alguien probablemente piense que sufro un retraso. Pero el lugar está vacío. La mariposa no se despega de mi nariz. No me queda más remedio que intentar apartarla con la mano. La mariposa cae al suelo. Había olvidado lo delicadas que son. Y es que las cosas más bonitas a veces son las más frágiles.